jueves, marzo 31, 1983

Juan Carlos Merla, Pintor. por Horacio Salazar Ortiz

Juan Carlos Merla, Pintor.

por Horacio Salazar Ortiz

Inmerso en su mundo de trabajo y de responsabilidad, Juan Carlos Merla juega el juego difícil de la libertad creadora. Y de ese juego emerge, cíclicamente, para entregarnos en fruto impredecible de su pasión laboriosa, de la tensión que todo artista experimenta al tratar de salvar el abismo que se abre entre la propia forma de sentir el mundo y lo que, finalmente, se logra expresar con los recursos del arte.
Mostrar el arte y ocultar al artista, es el papel de la obra de arte. Si fue esto en realidad algo dicho por Oscar Wilde, resulta un completo desatino. Y posiblemente en ningún otro “creador de cosas bellas” resulte tan descabellado como en el caso de Juan Carlos Merla. Porque aunque pudiera resultar contrario a sus particulares predilecciones, la obra , como en el caso del aprendiz de brujo, escapa fatalmente de las redes de su creador. La obra denuncia la presencia del hombre, del artista, del productor de cosas bellas. En las obras queda cifrada la presencia del trabajador disciplinado y honesto que es Juan Carlos Merla.
Su devoción y respeto ante el acto de la creación, y hasta su escamoteada ilusión de solitario.
Pueden encontrarse o no rasgos figurativos en los cuadros. Pero lo que no falta en ellos es la silueta imprecisa de los fantasmas del mundo citadino, del entorno que a dado forma a la dimensión espiritual del artista. EN sus cuadros aparecen, insinuados más que patentes, los dragones y endriagos del mundo triste de nuestros días. Las inesperadas texturas, los desvaídos colores, los sobrios relieves, todos al servicio del equilibrio, nos conducen subliminalmente a la evocación melancólica de nuestro mundo maquinizado y roto. Acorazado como un moderno Goliath, se nos muestra este universo insensible en sus “cementos”, cuadros fraguados con diverso materiales de construcción, trabajados con gran precisión y responsabilidad técnica; cuadros que despiertan vagamente en el espectador la visión asfixiante de las ciudades que crecen, de la fría precisión tecnológica, del ambiente opresivo de los tugurios que se multiplican en los cinturones de miseria de las grandes urbes.
Bien puede uno, en calidad de mirón, dar la bienvenida a Juan Carlos Merla, a este mundo de creadores, de los pequeños dioses, de los dioses con minúscula. Puede uno hacerlo todavía, sin anacronismo, ya que Juan Carlos Merla casi es un recién llegado al sobrecogedor escenario donde discurre la recreación del mundo. Hace apenas un lustro, o poco más, desde el día en que traspuso las puertas de este siniestro paraíso del arte, dentro de cutos muros hay que perder toda esperanza.

Horacio Salazar Ortiz
Monterrey, N.L. 31 de Marzo de 1983