Crónica de un fracaso /25 Febrero 2005 /editoriales periódico elnorte.com
por
Felipe Díaz Garza
Es muy importante el homenaje del Museo Metropolitano de Monterrey a los artistas que formaron parte del Taller de Artes Plásticas de la Universidad. Parecería un acto ocioso y hasta cursi dedicar el museo de la alcaldía regiomontana a un puñado de artistas, varios ya muertos y olvidados, otros vivos aún pero relegados por las corrientes plásticas actuales y su infalible mercadotecnia.
Pero es precisamente la concentración de estos artistas, 27, en una sola noche y bajo un mismo techo y la exhibición de obras de cada uno de ellos, junto con las de otros 10 talleristas ya desaparecidos, lo que nos concientiza de que el Taller, durante sus pocos años de vida, gestó un movimiento artístico muy importante. Cuando este movimiento detonó en la pintura de gente como Saskia Juárez, Ignacio Ortiz, Agueda Lozano, Pablo Flores, Rodolfo Ríos o Esther González, obligó a la ciudad a despertar de una larga y obscura noche de ignorancia para incorporarse a la brillante luz solar de los movimientos artísticos del Siglo 20, de los que la ranchitis mantenía ignorante a esta ciudad y sus ciudadanos, exceptuando a unos pocos, muy pocos, de estos últimos.
Pero al recorrer la historia del TAP (Taller de Artes Plásticas), el visitante de la exposición del Museo Metropolitano también se topa con que el desarrollo de las artes plásticas en Monterrey se cancela prácticamente al desaparecer el Taller y convertirse en la Facultad de Artes Visuales de la misma Universidad de Nuevo León.
De muchas maneras son significativos e importantes los 37 artistas del Taller, los vivos y los muertos, reseñados por la exposición de homenaje del Metropolitano. Pero el caso es que no hay, después de ellos, artistas igualmente significativos e importantes en Monterrey que hayan emanado de la continuación universitaria del TAP.
Durante la última mitad del Siglo 20, las universidades de todo el mundo incorporaron a sus currículos la enseñanza de la pintura. Esta "profesionalización" de las artes plásticas, devenidas en visuales, nos parece muy natural hoy en día. Mas los artistas "licenciados" eran algo inimaginable hace pocas décadas. Hay razones, incluso respetables, para justificar este cambio. Entre esas razones están las exigencias de una economía de mercado, que requiere incorporar lo "estético" a los procesos productivos y, por lo tanto, no puede esperar los 25 ó 30 años que toma la formación de un artista, para que éste comience a diseñar empaques para chicles y otros productos.
Más que aprender las habilidades tradicionales, el mercado de trabajo le exige al artista combinar éstas con otras fortalezas, como se dice ahora, entre ellas el uso competente de computadoras, videos y cine para trabajar, no en la soledad del estudio, sino en oficinas y fábricas, en combinación con profesionales de otras áreas.
Este gran cambio reorientó el trabajo y la formación de los jóvenes estudiosos, que no practicantes del arte, pues el objetivo de las universidades es enseñar a pensar antes (o en lugar) de hacer. Y así, las escuelas de artes plásticas, al eliminar el énfasis en el "hacer" (como fue el énfasis desde los estudios renacentistas hasta la academia) para incorporar el estudio de las ideas, ha favorecido, en los mejores casos, al desarrollo de las teorías del arte más que a su producción y para ello no se necesita un estudio ni un taller.
El crítico americano Harold Rosenberg, al analizar lo que está pasando en el campo de la educación del arte, dice que mientras el estudio del pintor está dominado por la metáfora, en el salón de clases se espera que el alumno formule conscientemente lo que está haciendo y se lo explique a sus maestros y compañeros. Entonces se equipara el proceso de creación con el de producción.
Si aplicamos esta perspectiva al mirar esta magnífica exhibición del TAP que se presenta en el Museo Metropolitano de Monterrey, nos explicaremos, aunque no nos guste la explicación, por qué desapareció el Taller, cuando estaba en su mejor momento, a finales de los 70. Y no sólo estaba el TAP en su mejor momento sino que, además, había demostrado que en su seno se formaban artistas que estaban produciendo, explorando, experimentando y creando.
Para sustituir el Taller, la Universidad creó la Escuela de Artes Visuales, un currículum y una licenciatura que comparativamente han producido muy pocos y muy malos artistas con muy poca y muy mala obra que mostrar. Y por si fuera poco al desaparecer el Taller, la institución se deshizo de pintores magníficos, que eran excelentes maestros, como Rodolfo Ríos, porque carecían de título profesional y, por lo tanto, no estaban calificados para enseñar a hacer lo que hasta entonces habían enseñado y hecho con tanto éxito.
El homenaje de la alcaldía de Monterrey a los pintores del taller de Artes Plásticas hizo evidente que el sistema educativo oficial no produce artistas, porque los artistas se forman a sí mismos en el continuo hacer de su práctica, algo que en el antiguo TAP se hacía de sobra y dejó de hacerse en la academia.
Lástima.